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martes, febrero 07, 2006

La serie diferente.

Siempre me he creído una persona inteligente y perspicaz, cualquiera que no me conozca puede pensar que no es así,... quien me conoce sabe que no lo soy. Olvidando este insignificante hecho, hoy me han dado esta serie de números y me han preguntado cual sería el siguiente. Obviamente no fui capaz de resolverlo y me he sentido un poco aliviado al saber la respuesta.

Ahí va la serie para que penséis:

2, 10, 12, 16, 17, 18 ,19, ...

Espero que alguien sea más espabilado que yo, lo resuelva y lo ponga en un comentario.

Pista: La respuesta no es matemática.

viernes, febrero 03, 2006

Sensores de presencia.

Es increíble lo que son capaces de hacer unos simples aparatitos con la vergüenza de las personas. Esta semana han instalado detectores de presencia para encender y apagar las luces en los pasillos de acceso a mi oficina. Estos instrumentos que inicialmente parecían totalmente inocuos crean un halo de inconsciencia a su alrededor y están afectando a nuestra conducta, la mía la primera.

Me he descubierto pasando, a velocidad infinitesimal, por el pasillo intentando que el sensor no me detectara. No está de más decir que el pasillo mide unos cinco metros y mi paciencia algo menos, con lo que a medio camino aceleré con el consiguiente encendido de la luz y la rabia de darme cuenta del tiempo perdido. Pero eso no es lo peor, resulta que mis compañeros también hacen lo mismo y con igual resultado que el mío, y verlo desde fuera es más ridículo de lo que parece cuando eres tú mismo el que hace el idiota. Si alguien cree que esto es perder la vergüenza es porque no nos ha visto investigando el método opuesto, es decir, correr lo más rápido que el corto espacio nos permite, para intentar cruzar el pasillo antes de que la luz se encienda. Lo mejor es que casi lo hemos conseguido.

Cuando el intento sea fructífero os lo haré saber. De momento me despido porque me toca correr a mí.

miércoles, febrero 01, 2006

El estado del bienestar.

Ayer hubo un pequeño desajuste en mi casa, “alguien” se olvidó de pedir gasoleo la semana pasada, con lo que a medio día no había calefacción. Ahí fue cuando sospeché que algo iba mal… Posteriormente mi hermana me dijo que ella se había tenido que duchar en agua templada. Ahí presumí que algo iba muy mal… Me acerqué al garaje y descubrí el estado más que precario del depósito, tan precario que estaba vacío. Ahí supuse que algo iba muy muy mal…

El paso siguiente fue llamar al responsable del olvido, quien en breves minutos, y tras una llamada, consiguió que nos sirvieran el preciado líquido en pocas horas. Ahí pensé que todo iba bien…

Al volver por la noche de trabajar me pidieron que intentara encender la caldera porque nadie había sido capaz de conseguirlo. Ahí fue cuando sospeché que de nuevo algo iba mal… Me acerqué, por segunda vez en el día, al garaje e intenté infructuosamente encender la caldera. Ahí presumí que algo iba muy mal… Volví a casa y descubrí que el frío polar asesino de Rusos se había instalado en mi casa. Ahí supuse que algo iría muy muy mal al día siguiente…

Si, yo ya pensaba en el día después, es decir esta mañana, porque haciendo acopio de mantas y edredones nórdicos la noche se pasa bastante bien. Pero… Oooooh cuando por la mañana intentas sacar una patita por debajo del edredón… El frío penetra rápidamente atravesando la piel, traspasa la carne como si fuera un cuchillo de carnicero recién afilado (el cuchillo, no el carnicero) y se acomoda en el hueso haciéndome sentir como pierdo toda sensibilidad. Con la mayor velocidad que mi estado de semiinconsciencia me permitió, metí de nuevo el pie dentro del edredón comprobando con mis manos si podía recuperarlo o sólo se arreglaría con un hábil corte quirúrgico. No está de más decir que, tras un profesional masaje, el pie fue perdiendo su palidez y recuperando su color natural. Tomé mi bata y, con la inteligencia que me caracteriza, la introduje en mi cama hasta que lentamente tomó una temperatura similar a la de mi cuerpo. Tras ese proceso me la enfundé (la bata) y, sacando fuerzas de flaqueza, salí al exterior notando como lentamente la nariz se me helaba. Desayuné pensando en mi siguiente reto. Si no hay agua para la calefacción… tampoco la hay para ducharme. Pensé en ducharme con bata pero me di cuenta de la tontería… a ver como la seco luego con la toalla.

Finalmente cogí la ropa, me la puse, salí hacia mi coche, temblando como un pajarito lo encendí, y con la calefacción a tope tomé rumbo a la casa de mi novia. El frío estaba tan metido en mi cuerpo que, aún notando el calor en mi rostro, no fui capaz de dejar atrás el frío que me atenazaba. A trancas y barrancas (nunca entendí del todo esta expresión) logré alcanzar la casa de mi novia. Entré y tras un saludo ligeramente gélido (no podía saludar de otra forma) entré en la ducha y, controlando mis inmensas ganas de compartir mi alegría con resto del mundo, disfruté de cinco minutos de calorcito.

Adoro el estado de bienestar y quiero a mi novia.