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miércoles, enero 18, 2006

Caperucita Roja políticamente correcta (Tercera parte).

- Y, abuela, ¡qué nariz tan grande tienes!... relativamente hablando,
claro está, y a su modo indudablemente atractiva.

- Ha olido mucho y ha perdonado mucho, querida.

- Y... ¡abuela, qué dientes tan grandes tienes!

Respondió el lobo:

- Soy feliz de ser quien soy y lo que soy -y, saltando de la cama, aferró
a Caperucita Roja con sus garras, dispuesto a devorarla.

Caperucita gritó; no como resultado de la aparente tendencia del lobo hacia
el travestismo, sino por la deliberada invasión que había realizado de su
espacio personal.

Sus gritos llegaron a oídos de un operario de la industria maderera (o
técnicos en combustibles vegetales, como él mismo prefería considerarse)
que pasaba por allí.

Al entrar en la cabaña, advirtió el revuelo y trató de intervenir. Pero
apenas había alzado su hacha cuando tanto el lobo como Caperucita Roja se
detuvieron simultáneamente.

- ¿Puede saberse con exactitud qué cree usted que está haciendo?

- Inquirió Caperucita.

El operario maderero parpadeó e intentó responder, pero las palabras no
acudían a sus labios.

- ¡Se cree acaso que puede irrumpir aquí como un Neandertalense cualquiera
y delegar su capacidad de reflexión en el arma que lleva consigo!
-prosiguió Caperucita-. ¡Sexista! ¡Racista! ¿Cómo se atreve a dar por
hecho que las mujeres y los lobos no son capaces de resolver sus propias
diferencias sin la ayuda de un hombre?

Al oír el apasionado discurso de Caperucita, la abuela saltó de la panza
del lobo, arrebató el hacha al operario maderero y le cortó la cabeza.
Concluida la odisea, Caperucita, la abuela y el lobo creyeron experimentar
cierta afinidad en sus objetivos, decidieron instaurar una forma
alternativa de comunidad basada en la cooperación y el respeto mutuos y,
juntos, fueron felices en los bosques para siempre.

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